martes, 9 de julio de 2024

Procrastinando hasta la confinación y más allá

En febrero de 2021 escribí una pequeña entrada que pretendía ser una vuelta a publicar en Equánimas. Quedó aparcada y seguramente inconclusa. A continuación, los párrafos que escribí entonces con alguna pequeña adenda y enmienda.





Haciendo justicia a mi innata y casi legendaria tendencia a dejar las tareas para más tarde, escribo de nuevo en este blog pasados casi siete años desde la última entrada. Hace aproximadamente veinticinco años que me familiaricé con la palabra inglesa procrastinate, y mala cosa resultó ser, porque parece que su significado se instaló poderosamente en mí. Como quiera que no tengo la menor intención de autoflagelarme, voy a realizar el soberbio acto de seguir adelante como si nada hubiera pasado, si bien el tiempo, ineludiblemente, sí ha pasado. Incluso un confinamiento ha pasado.

Me produce, en principio, una irremediable sensación de vergüenza que una palabra que proviene del latín, y que tiene sus correspondientes derivas etimológicas en inglés y en español me llegara vía lengua inglesa. Pero esto tiene su explicación en base a dos hechos. Por una parte, el joven veinteañero que fui estaba muy ligado a la lengua de Marlowe, en lo académico y en lo personal; por otra, la versión inglesa  en cuestión era ya muy utilizada en inglés, mientras que la española no estaba tan fuertemente instaurada en nuestro habla común. Sin embargo, en los últimos años se ha incrementado notablemente el uso de "procrastinar" en el idioma en el que escribo. Esto es un hecho del que ya se ha dado debida cuenta, no me atribuyo el sagaz apunte.

En este regreso a Equánimas puedo hablar del tiempo, cosa que se suele hacer cuando no se sabe de qué hablar. Acaso sea mi empeño en retomar el blog, mayor que la acumulación de contenidos que tengo en mi almacén esperando a ser transportados en estos articulillos, o como también se dice, entradas de blog. Pero no, hay muchos asuntos que atraen mi atención y me estimulan hacia la escritura, tanto como la escritura en sí misma. El pasado otoño me cogió en Novi Sad, capital de Voivodina, tierra de pasado austrohúngaro y, como en toda la geografía balcánica en general, con un cierto grado de concurrencia (no tanto mezcla) étnica; con húngaros, rumanos o eslovacos entre otros. Residir unas semanas por aquí puede no ser suficiente para hacerse una idea de la naturaleza de la convivencia entre ellos. La pizzería del barrio ofrece pizza húngara, no sé si este detalle tiene alguna implicación, pero, de nuevo, no creo que sea suficiente trabajo de campo como para disertar mucho sobre la sociedad local, si bien ciertamente no recuerdo haber visto tal nombre de pizza por tierras más occidentales, aunque sí recuerdo una tapa de ensaladilla húngara en la misma Sevilla. Por cierto, que hay ensaladilla rusa por aquí, y no es la única cosa que me resulta familiar, dado que en mi apartamento tengo persianas y ventanas oscilobatientes que me permiten disfrutar de oscuridad para la siesta, que además también se duerme aquí en Serbia. 

Un día, al llegar a casa (temporal, pero casa), nos recibió junto a las escaleras de acceso al edificio la gatita que andamos alimentando, una bonita tricolor con rostro particular que la hace muy identificable. Antes de que pudiera subir a por la comida gatuna, apareció un muchacho con cierto aire zangolotino y sonrisa sincera que nos pidió que esperáramos dos minutos y salió corriendo. Tardó eso en volver con su propio sobre de comida gatuna. Su inglés no era muy bueno, pero dio para contarnos algún detalle sobre la gata, y para hacernos saber que Serbia no le hace exactamente feliz, mencionando que él es serbio, pero de origen eslovaco. Un apunte.

Voivodina me hizo sentir extrañamente a gusto pese a la extrañeza por el idioma, tanto hablado como escrito (por lo común, en cirílico); un sentimiento de cierta familiaridad, de cercanía a espacios atávicos de la mente, algo debe haber en mi experiencia infante que me produce esta sensación. Novi Sad tiene virtudes que me hicieron recorrer sus calles, tanto del centro antiguo como las avenidas que aventuran al fondo los montes tras el Danubio y la Fortaleza de Petrovaradin. Novi Sad es una ciudad para vivir. No es antigua, ni moderna, no deslumbra, ni alumbra, es sencillamente cabal, en su excelencia y en su miseria, esta última, de las más nobles que he conocido. Y cuando deslumbra, lo hace con sublimidad, con el saber estar de los voivodineses, que son planos (como su tierra) a ojos de los cosmopolitas belgradenses.

Hay pasajes insospechados en Novi Sad, salpicados por ignotas plazas que jamás verías si no te hubieras atrevido a cruzarlos. Pasajes y patios en los que puedes pararte a tomar una cerveza o una limonada y dejar que tus pensamientos avancen a ensoñaciones en las que apareces de nuevas. Tu continuidad vital ya no es tal y los saltos espacio-temporales te asaltan. Parece que el pasaje que te dio acceso a uno de los muchos patios viene de un subterráneo de Praga por el que pretendías cruzar el río Moldava, o del beer garden de un pub dublinés; apareces en Novi Sad y aún suenan los ecos de las gaviotas del Liffey. Yo te lo aseguro. En uno de los patios aparecí tras viajar en tren desde Hamburgo, mar a ambos lados para llegar a la Isla de Sylt y ver las nubes de Dinamarca. Decir dobro vece no fue suficiente, seguía sintiéndome transportado en el tiempo y el espacio, de tal modo que pensé que el próximo pasaje, más misterioso aún, me llevaría a Oakland donde fumaría un cigarrillo en un bar mientras entablaba conversación con el dueño y su selecta clientela (sí, existe, pero no te voy a decir dónde está). Hazlo, y podrás ir a donde te plazca. Puedes nadar río arriba hasta Budapest.

Viajar es una manera potente de salir de la rutina y de los círculos concéntricos que se ciernen amenazantes sobre el individuo con tendencia a la procrastinación, pero también puede ser una excusa para dejar de hacer ciertas actividades hasta la vuelta a casa. Depende del tipo de viaje, su duración, la compañía (o su ausencia), el lugar, el confinamiento...

sábado, 7 de septiembre de 2013

One nation under God



Siempre he dicho, en cierta analogía con la gramática, que lo religioso es el término marcado, mientras que lo no religioso es lo no marcado. Así, la persona que se identifica como perteneciente a una religión se sanciona de algún modo como peculiar, en contraposición a la persona que vive ausente de preceptos religiosos específicos. Sin embargo no ha sido así históricamente. Por ejemplo, en la España de la dictadura franquista, vivir apartado de la iglesia marcaba hasta el punto de no ser muy aconsejable. En una sociedad religiosa, el ateo está marcado. Como yo no creo en lo sobrenatural y no sigo ninguna religión, considero que lo marcado o peculiar es creer en entidades cuya existencia carece de evidencias.
No hace tanto, en los 80, el presidente norteamericano George Bush (padre) dudaba con toda naturalidad que alguien ateo pudiera ser considerado un ciudadano americano, ya que Estados Unidos era en sus palabras “one nation under God”. El alcance de un comentario así por parte del presidente de una nación occidental moderna es importante y sorprendente. Bien es cierto que tal comentario se lo largó a un periodista al anunciar su candidatura para presidente, y no menos que sosteniendo esa manera de pensar, resultó elegido. Este under God, aparece en el juramento a la bandera estadounidense o pledge of allegiance, juramento que data de 1892 pero que carecía de esta referencia a Dios hasta que fue oficialmente incluida a comienzo de los años 50 del siglo XX. Desde luego, actualmente Obama ofrece un discurso muy distinto desde su presidencia demócrata, explicitando la igualdad social para personas de todo credo incluidos los no creyentes. Sin embargo, me da a mí que muchos en el partido republicano suscribirían en la actualidad la máxima de George H.W. Bush.
Claro que pese a que EEUU están a la cabeza en muchos aspectos educativos, científicos y tecnológicos, esto no significa en absoluto que la nación, en cuanto al conjunto de sus habitantes, lo sea. Hay datos llamativos como el porcentaje de personas que dan valor literal a la Biblia o que rechazan la validez de la Teoría de la Evolución. No deja de llamarme la atención que esto sea así, ya que EEUU ha solido ser en general una referencia de lo moderno, desde hazañas espaciales como pisar la luna a estándares tecnológicos como internet.

En la España más pacata y retrógrada la realidad religiosa tenía un solo carril asfaltado por la Iglesia católica apostólica y romana. Por el contrario, el mapa de carreteras religioso en los States es, desde su fundación, multicarril, si bien gravitando principalmente alrededor de la tradición judeocristiana. En este sentido, la libertad religiosa americana es notable, ya que cualquiera puede oficialmente fundar una iglesia de cualquier tipo.
 
En general, la tradición católica no ha estado obsesionada con la lectura del antiguo testamento, sino que se ha centrado más en la enseñanza de los evangelios, dejando el Pentateuco para lecturas en misa y los miembros de la iglesia, feligresía aparte. De hecho, la lectura personal del antiguo testamento estaba poco menos que prohibida, y no me extraña, porque no son pocas las obscenidades, actos violentos, contradicciones, etc., que aparecen. De tal modo que el estamento eclesiástico procuraba mantener a la gente alejada de interpretaciones personales. Por esto, en España los asuntos relativos a la creación han tenido una menor importancia dentro del constructo de las creencias populares y se ha potenciado por contra el culto a las imágenes y los santos. El aspecto digamos más costumbrista de la religión.
 
Por todo esto, pienso que en la historia más o menos reciente del entorno cristiano europeo no ha habido tanto campo para el enfrentamiento de lo religioso con la  ciencia, mientras que en EEUU ha sido un asunto de relevancia mediática. Y es que, si bien tengo muchas cosas que recriminarle a la iglesia católica, especialmente en cuanto al adoctrinamiento de los menores, ciertamente no es común en nuestro entorno que se produzcan encendidos debates ciencia versus religión, ya que en general se consideran asuntos separados.  El católico medio español, que en realidad está principalmente pendiente de la dimensión social de la religión, ve a un predicador que cuestiona teorías científicas aceptadas con desconfianza, mientras que en EEUU es, para un número significativo, un modelo a seguir muy respetado en su entorno social.
En cualquier caso, parece aconsejable que en general cualquier sociedad deje la religión al margen de la política en la medida de lo posible, y digo en la medida de lo posible porque si esa sociedad es mayoritariamente religiosa… con la Iglesia hemos topado.

martes, 27 de agosto de 2013

Ser un "bright"



Ando en el penúltimo capítulo del libro de Lawrence Krauss A Universe from Nothing. Lo estoy leyendo y disfrutando en versión original. Después de haber visto a Krauss en bastantes videos de diferente tipo ya sabía que al hombre se le da la oratoria. Pues bien, además resulta que es de esos científicos que escriben estupendamente y te obligan a trabajar la mente mientras te lleva del pasado más remoto a un futuro muy lejano y de lo increíblemente pequeño a lo absurdamente grande, y cuando hablamos de grande o pequeño, no estamos sencillamente hablando de objetos, o sea materia, sino de magnitudes extremas del espacio y el tiempo, donde parece que se encierran los mayores misterios por desvelar que nos depara la ciencia. Y en estas que el otro día, estando de visitas por tierras levantinas, justamente estuve dando un agradable paseo por el centro y Barrio del Carmen de Valencia dando con la fnac abierta en domingo donde cayeron Cliclos del Tiempo de Roger Penrose y Evolución, el mayor espectáculo sobre la tierra de Richard Dawkins. De este último leí con interés las primeras páginas en el cercanías de vuelta. Y como quiera que me despertó de madrugada una espeluznante tormenta y dado que mi capacidad para retomar el sueño ha disminuido a la par que mi  tinnitus aumentado me puse a vagar por la red alrededor de Dawkins, Krauss, ateísimos y demás, dando con la web http://www.the-brights.net. Los Brights son un movimiento iniciado por Paul Geisert en 2003 que promueve la comprensión pública y el reconocimiento de la visión naturalista del mundo. El movimiento tiene vocación universal, pero nace en EEUU, y uno de los principales objetivos que persigue es conseguir la lexicalización del término bright como sustantivo (es un adjetivo) con el significado de “alguien que tiene un punto de vista naturalista sobre el mundo (libre de elementos sobrenaturales y místicos)”. Desde el punto de vista lingüístico se trata de zero derivation, proceso por el cual una palabra cambia de categoría gramatical sin la adición de morfema alguno. También se puede considerar que se ha añadido un “morfema invisible” denominado null morpheme. El asunto léxico-semántico es interesante porque, si bien aquel que tiene una visión naturalista sobre el mundo es sencillamente un “naturalista” o se adscribe al “naturalismo” –hasta aquí correcto, el uso del término se ha extendido de modo que designa a alguien que sencillamente gusta de darse un paseo por el campo, a excursionistas y a defensores de la naturaleza. Pero declarar tu amor por la naturaleza y tu enconado esfuerzo por su defensa no te hace en absoluto un naturalista en el sentido estricto del término. Esto ocurre tanto en español como en inglés. Así, un naturalista en el sentido laxo de la palabra bien pudiera ser además un avezado espiritualista que enciende velas para convocar a los ángeles y echa las cartas del tarot en sus ratos libres, lo cual obviamente le alejaría bastante de estar libre de elementos sobrenaturales o místicos. Es aquí donde entra la acuñación de un neologismo como brights. Está por ver si se mantendrá en inglés y cómo se exportará a otras lenguas. En el caso del español, me da que ir por ahí diciendo ser un “brillante” no va a tener mucho éxito. Mantener el neologismo inglés y adoptarlo como anglicismo parece lo mejor, para ira de anglófobos.

Para hacer una breve reseña de algunos conceptos clave a lo largo de las primeras páginas del libro de Richard Dawkins, el autor señala en Evolución la diferencia entre teoría, teorema, conjetura, hipótesis y hecho. Me parece cada vez más sorprendente que sigan apareciendo aquí y allá comentarios por parte de críticos con la evolución que señalan con toda la tranquilidad del mundo que “se trata sólo de una teoría”, confundiendo el sentido de teoría que se aplica en ciencia: “serie de las leyes que sirven para relacionar determinado orden de fenómenos” (D.R.A.E.). Obviamente, quien confunde este uso con la locución común “en teoría” desbarata su credibilidad de un plumazo. Por otra parte, Dawkins indaga sobre el hecho de que, pese a que la evolución no es observable, al menos por selección natural sí es una teoría susceptible de haber sido desarrollada mucho antes, sin  haber tenido que esperar a que estuviera bien entrado el siglo XIX. Se refiere el autor en este punto a Ernst Mayr, al que describe como “el gran abuelo de la síntesis neodarwiniana”. Mayr, fallecido en 2005 a los cien años de edad, postulaba que el retraso en el desarrollo de la teoría de la evolución obedece al esencialismo platónico, el cual ha dominado ampliamente el pensamiento a lo largo de la historia occidental. Por otra parte Darwin apunta que este esencialismo es en gran medida connatural al ser humano, siendo los niños perfectos esencialistas. El proceso de aprendizaje sobre el mundo consiste en gran medida en categorizar el entorno asumiendo la existencia de un modelo esencial. Y es que, como Dawkins reflexiona, el valor de la observación, pese a ser un pilar de la ciencia, está hipervalorado en general, ya que en muchas ocasiones nos engaña o nos lleva a conclusiones erróneas. Para Dawkins, la inferencia indirecta es a menudo la conductora hacia teorías que se mantienen como hechos. Especialmente cuando se estudian fenómenos de la naturaleza que ocurren muy lentamente a lo largo de enormes periodos de tiempo, como la evolución por selección natural o la deriva continental. Es interesante apuntar aquí que Dawkins deja caer en los comienzos del libro que la selección natural no es el único y exclusivo factor conductor de la evolución, espero con ganas que ahonde sobre este asunto en posteriores capítulos. Además, curiosamente es la evolución por selección artificial un proceso que, por el tiempo relativamente corto en el que se desarrolla, permite que entendamos lo enormemente productiva que es la evolución en general, ya que genéticamente lo que ocurre en la selección artificial (como en la creación de razas de perros) es lo mismo que en la evolución darwiniana solo que en la primera es la acción del hombre la que actúa sobre el acervo genético.

 

Esta ha sido mi lectura principal en los dos últimos días, y dado que me interesan estos asuntos de la evolución, la geología, la cosmología, astronomía, etc., que mi concepción del mundo es naturalista, y que me mantengo al margen de la religión (pues no creo en la existencia de entidades sobrenaturales como deidades, ángeles o demonios), no sólo le he echado un vistazo a la web de los brights, sino que me he registrado. ¡Soy un bright! La verdad es que en general soy reticente a pertenecer a cualquier grupo que implique alguna ideología. De hecho mi posición religiosa, en principio, es la ausencia de posición. En la práctica, como la religión está fuertemente imbricada en el tejido social y como soy, como cualquiera, parte del mismo, tengo mi derecho a hacer crítica sobre la religión cuando me plazca. Y de hecho lo hago. En esto que me ha llamado la atención una de las sugerencias en la web de los brights, que anima a usar el término para rellenar cuestionarios que pregunten por la religión. En principio me da cierta grima que se le pregunte a alguien a qué religión pertenece, como si tener una religión fuera tan normal como tener nombre, apellidos, dirección, etc. Lo cierto es que, probablemente, en EEUU las preguntas sobre raza y religión en impresos de diversa índole deben estar a la orden del día. Viviendo en Inglaterra, (que con sus diferencias comparte un acervo cultural anglosajón con los norteamericanos) hace años, tuve que rellenar un cuestionario más o menos oficial, no recuerdo muy bien para qué era exactamente, pero pienso que se trataba de algo relativo al trabajo. Creo recordar que no se me preguntaba la religión, pero sí recuerdo que se me preguntaba la raza. Ignoro si actualmente existe algo parecido en España para inmigrantes que empiecen a trabajar en el país, pero no deja de parecerme extraño y producirme cierto rechazo. En la España de otros tiempos las razas quedaban muy claramente taxonomizadas por tonalidades: blanca, negra, amarilla, cobriza y aceitunada (por cierto que Antonio Muñoz Molina escribió un interesante artículo al respecto). Las posibilidades que brindaba el cuestionario británico resultaba más complejo. Una de los epígrafes incluía el término “mediterráneo”, y aunque yo soy más de las playas de Cádiz y Huelva, siempre me ha gustado a mí eso de sentirme culturalmente “mediterráneo” (pero a menudo me identifico con lo british). En cualquier caso, por lo que pude entender, lo de mediterráneo venía a ser alguna suerte de subclase dentro de los aceitunados, lo cual no es lo mismo que bronceado con unte de aceite bajo el sol de Andalucía Occidental. De este embrollo me sacó mi jefa, blanca cual directa descendiente de los Jutos con un ‘you are white”, sin más vueltas.  A lo que voy, no creo que se le tenga que preguntar la religión a nadie si no es para inscribirse en una iglesia, secta o algo parecido, en cualquier caso para asuntos relacionados con la religión. Lo que me produce una suerte de extrañamiento es que se dé más o menos por hecho que la gente pertenece necesariamente a una religión. Ahí cumple perfectamente su función la denominación bright, y probablemente lo escribiría de darse la situación en un país de habla inglesa, aunque el simple guion largo (queda más aseverativo que corto) o rayita, se me antoja más potente, algo así como responder “pero qué clase de pregunta es esa” o “acaso me ha tomado por alguien que cree en lo sobrenatural”.  De algún modo, al rellenar la casilla, aunque sea con “bright” no deja uno de aceptar que es connatural al individuo pertenecer a alguna religión. Y además aquí viene el quid: el movimiento bright no es una religión. Así, escribir “bright” en la casilla debería en todo caso interpretarse como una rayita con un asterisco y una explicación a pie de página indicando “bright” como explicación del motivo por el que se pone la rayita.

Como ahora soy un bright, incluyo una imagen digamos corporativa de la comunidad para hacer proselitismo (¡yo librepensador, qué vergüenza he caído en manos sectarias!) Y consciente de que no publicaba desde mayo pese a haber hecho propósito de enmienda (¿concepto cristiano?) elevo este texto (“subir” lo dejo para archivos de programas y tal) a entrada del blog con la intención, como siempre, de que no me decaigan las ganas.

viernes, 24 de mayo de 2013

Christopher Hitchens


     

Algo más de un año ha transcurrido desde la última entrada en este blog, y eso que por entonces andaba yo con la pierna enyesada, lo cual, en buena lógica, hacía proclive mi dedicación a escribir algún comentario, chascarrillo o simple colección de ripios. Sin embargo mis aportaciones a este menguante blog (aunque nunca mostró un vigor notable) han desaparecido como el Guadiana o como un ave que tan sólo soporta las bondades de la primavera. Veremos si los rigores del verano no hacen volar al avecilla distraída de la escritura hacia refugios más llevaderos, aunque los precedentes no son para aventurar grandes hazañas redactoras. Ya hubo anteriormente un hiato mayor.

Entre las últimas entradas hay una marcada entre paréntesis con un 1, lo cual implica que al menos estaba en proyecto un 2. Efectivamente debería haber un 2. Veremos si al avecilla de marras le da por quedarse a ver de nuevo el video de la charla entre Richard Dawkins y el Arzobispo de Canterbury y si tiene a bien aumentar en algún modo el comentario anterior. Por cierto que recientemente se posó junto al alféizar de mi ventana, justo sobre el compresor del aire acondicionado un ave no tan común en las ventanas de la ciudad. Apenas estuvo un par de minutos antes de echar a volar. No soy un experto en ornitología ni en cetrería, pero pude identificar que se trataba de un halcón, acaso de los criados en una fábrica de cerveza no muy lejana en la que se han criado halcones para mantener a raya a las palomas, engullidoras insaciables de cebada.

En estos últimos meses he devorado compulsivamente videos en la red relativos a los campos de interés de Richard Dawkins, lo cual ha añadido algunos nombres propios a mi conocimiento, como Sam Harris, Daniel Dennett, Lawrence Krauss o Christopher Hitchens. Me interesó en particular el pensamiento de éste último, y apenas tuve el gusto de conocerlo se me murió. Es decir supe que no hacía mucho había fallecido debido a complicaciones derivadas de un cáncer de esófago. Esto no ha hecho sino aumentar mi interés por su pensamiento, dado que la enfermedad le hizo actualizar en su propio ser las ideas sobre el “no más allá”. Y creo decir sin equivocarme, aunque me faltan lecturas, que lo hizo no en el sentido de redefinir o matizar, sino más bien de hacer válidas sus ideas de siempre acerca de la religión, el teísmo y sus cielos e infiernos. Todo ello a la vista de un horizonte más o menos cercano que no prometía nada halagüeño.

Hitchens, licenciado en filosofía, ciencias políticas y economía, fue una persona controvertida y polémica. Afín a la izquierda británica mantuvo su espíritu de librepensador, no adscribiéndose a lo que yo suelo llamar “el pack”. Es decir, me gusta que las personas piensen de manera individual y crítica sobre asuntos concretos. Me resulta sospechoso observar que alguien coincida en opinión con absolutamente todos los preceptos correspondientes a la opción política sobre la que gravita, independientemente de que personalmente esté de acuerdo o no con sus opiniones particulares. Esto le hizo también sufrir cierta hostilidad proveniente de la izquierda. Pero admiro a la gente que muestra esa absoluta independencia de pensamiento. Esto suele darse en personas con una educación sólida y una inteligencia notable. Pienso que cuanto más en “el pack”, sea el que sea, menos capacidades intelectuales demuestra el individuo.  En cierto momento de su vida abandonó su Inglaterra natal para instalarse en EEUU, convirtiéndose en angloamericano. También era sabida su querencia por las bebidas espirituosas, lo cual al parecer no interfirió en el desarrollo de sus actividades. En su biografía se incluye el hecho de ser hermano de Peter Hitchens, conocido por su ideología conservadora, y con el que se enfrentó en debates. Esto de los hermanos divergentes me recuerda un poco a lo de los Paniker y Panikkar, Salvador y Raimon, que no se ponen de acuerdo ni en deletrear el apellido.

En los últimos años, su actividad giró principalmente alrededor de la no existencia de entidades sobrenaturales; es decir, dioses, cielos e infiernos. Un gran tipo.

sábado, 10 de marzo de 2012

A vueltas con los platos cuadrados


Apoltronado y sintiéndome un poco preso en el sillón, y luciendo un buen día, de buena gana me lanzaba a la calle a tomar unas cervezas y unas tapas en el primer bar de viejos de por aquí que se me ocurra. Bar de viejos, expresión que me recuerda mucho a librería de viejo, tan recurrente en el libro de Andrés Trapiello que ando leyendo. Autor que por cierto ofreció una charla sobre Chaves Nogales hace unos días en Sevilla a la que me disgustó bastante no poder asistir. Claro que la analogía entre ambas denominaciones es, cuando menos, tangencial.

Esto viene a colación del minidocumental titulado La muerte del bar español y la invasión de los platos cuadrados del que he sabido por un artículo de EL PAIS. No sé yo si existe tal cosa como el bar español, aunque alguno he visto yo con botellas etiquetadas con banderas preconstitucionales que probablemente eran muy españoles. Digo que no sé si existe tal cosa porque España es grande (con perdón) y varia. Al igual que los acentos, varían los usos, productos y nomenclatura. Lo cual hace probable que acontezcan anécdotas más o menos divertidas. No hace mucho cometí la ridiculez provinciana de pedir media tostada para desayunar en un bar de Madrid, donde el camarero me contestó que podía ponerme una tostada. Y es que por estas tierras de Andalucía occidental la tostada o es entera, o es media. Lo curioso es que el bar en cuestión no era una castiza tasca madrileña, sino un local de la cadena Los 100 Montaditos, que proviene de estas latitudes. Otra anécdota que conozco es la de un granaino que, también en Madrid, como si estuviera en el Albaicín pidió tan pancho "una Puleva y una maritoñi." Y la verdad es que siempre he hablado bien de los bares de Madrid. Hace ya bastantes años que me llamó mucho la atención cómo al entrar en una tasca abarrotada el camarero, muy atento, se dirigía a nosotros, varias filas de clientes mediante, con un “¿qué van a tomar los señores?”, de allí ya no nos escapábamos. También, en cierta ocasión hice un fugaz viaje a Madrid con mi amigo Jose Luís para asistir a un concierto, y como quiera que el horario lo tenía trastocado me dieron las 5 de la tarde sin almorzar, pero llegados a un bar tan normal y corriente como cualquiera, sin mayor problema me sirvieron un par de huevos fritos con chorizo que me pusieron las pilas hasta que Gene Simmons y compañía dieron su inolvidable show.

En el mencionado corto se hace un retrato de lo que es un bar español, donde se sirve el tan común pincho de tortilla. Creo que era yo ya mayorcito cuando oí por primera vez lo de pincho de tortilla, porque aquí los pinchos son de pollo adobado y la tortilla se pide como tapa. Lo cual me hace pensar que a lo que ese buen hombre llama un bar español quizás sea en realidad un bar madrileño, porque tan provinciano como mi media tostada y la maritoñi del otro puede resultar rarito lo del pincho de tortilla por otros lares alejados de la capital.

No se trata aquí de posicionarse porque a mí me va la variedad en muchas cosas, y si se trata de degustar, tanto me puede apetecer lo más tradicional como lo más cool. Pero también mucho de lo que hay en medio y alrededor, que parece a veces que todo es blanco o negro, cuando maneras de cocinar y de hacer hostelería hay muchas, y probablemente la mayoría no sean ni exactamente tradicionales ni deliberadamente a la última. Cuando estuve en Madrid el pasado diciembre con mi amigo Jesús, nos tomamos unas cañas en un local absolutamente tradicional, y muy bien que estuvo. Por otra parte, que en cierto momento lo vintage pueda ser precisamente lo cool, o sea, que lo cutre sea guay, obviamente ocurre. Pero esto no creo que sea nuevo, lo tradicional siempre ha sido un recurso, del mismo modo que el ancho de los pantalones va y viene con las décadas. Pero aún sin pretender posicionarme, hay muchos bares de los de siempre que me provocan una profunda sensación de tristeza, esos donde el mobiliario de hostería industrial, la luz blanca de neón y el sonido de las tragaperras son elementos sempiternos que hacen a veces difícil distinguir a uno de otro. Si eso es lo de toda la vida, qué mala vida.

Arremeter contra los platos cuadrados parece haberse convertido ya en un tópico que me recuerda a algo sobre lo que escribí aquí hace algún tiempo, unas pocas entradas atrás. A estas alturas lo que se me ocurre es que algunos bares de toda la vida deberían ser menos deprimentes y algunos modernitos menos mojigatos.

Ya me gustaría salir de bares a comprobar por mí mismo si la crisis está afectando más a los establecimientos tradicionales o los superchulis, pero mi pierna enyesada es un lastre que limita mucho mi campo de acción, espero con anhelo hacerlo apenas llegue la vivificante primavera.

http://ccaa.elpais.com/ccaa/2012/03/09/madrid/1331318112_611899.html

jueves, 8 de marzo de 2012

Justicia para todos y todas



Andaba yo por la EGB cuando una tarde un profesor hizo una referencia en plural femenino para referirse al conjunto de los alumnos más él mismo. Los alumnos, que éramos niños y niñas, quedamos, quien más quien menos, sorprendidos y contrariados. Probablemente las chicas quedaron sorprendidas y los chicos quedamos contrariados, porque estar en un colegio mixto estaba muy bien, pero eso de que de repente todos fuésemos "nosotras" era demasiado. Que nadie se alarme, que el objetivo de aquel profesor no era despertar en los alumnos varones ninguna inquietud transexual. Fue como mucho un guiño feminista no exento de símpatía, un pequeño chiste por parte de un profesor conocido por haber sido anteriormente payaso, no de los que exponen en público su ignorancia, sino de los que hacen reír a los niños.


Que se haya tachado de “aberración” la reciente publicación del académico Ignacio Bosque me parece exagerado, sospechoso y hasta peligroso. En dicho texto se llama la atención sobre los excesos lingüísticos que promulgan ciertas guías en pro del uso no sexista de la lengua. Y es que hay que flipar, pero mucho, con algunas propuestas para “visibilizar” a la mujer en el idioma. A mí me solía rechinar cuando oía en boca de una chica la expresión idiomática “estoy hasta los cojones”, no por lo soez, sobre lo que no voy a entrar ahora, sino por la testosterona, proponiéndoles yo, con cierta candidez, “estoy hasta los ovarios”. Nunca tuve éxito, porque este es un ejemplo de lexicalización de una expresión donde la hablante no se identifica en absoluto con los formantes de la oración, sino con su sentido de estar harta. Como dice Soledad Puértolas, “hay un dinamismo en el propio lenguaje, que nos hace ver el lenguaje no pegado a como se produjo desde el primer momento”. Es decir, el hecho de que el primero que dijo esa expresión fue probablemente un hombre se la refanfinfla a la que está hasta los cojones.


La lengua es un código de comunicación para dar cuenta del mundo, no es el mundo. Esto es algo que desconocen absolutamente el gran elenco de soplapollas y meapilas que se creen capacitados para adoctrinar lingüísticamente a la población y hasta promulgar leyes en pro de una supuesta igualdad de la mujer. Pero visibilizar no implica necesariamente reforzar la igualdad. En muchas ocasiones, lo que se consigue es justo lo contrario. Y es que si hemos de decir, por poner un ejemplo, que la justicia ha de ser igual para todos y todas, lo que estamos haciendo precisamente no es igualar, sino dividir, separar por un lado al conjunto de los hombres y por otro al de las mujeres, justamente lo contrario que se pretende expresar diciendo símplemente para todos, porque el referente es el conjunto de la población, hombres y mujeres. Del mismo modo, un “Colegio oficial de abogados y abogadas” implicaría que un abogado es una cosa y una abogada es otra, que si se es abogado no es lo mismo ser hombre o mujer. Muy igualitario. A mi juicio, lo que es justamente más igualitario es usar la forma masculina, que no implica falo, como término no marcado.


Manda cojones –ya me salió el gonadismo falocrático− que uno que desde jovencito se ha sentido y se sigue sintiendo más bien progre pueda ser tachado de machista o algo peor por algún o alguna iluminado o iluminada −¿me ha salido bien?− por hablar, como dice Ignacio Bosque, comúnmente. Parece ser que el sentido común sigue siendo el menos común de los sentidos porque aquí vamos a estar todos, no sé si todas, acojonados no vaya a ser que metamos el patón y pasemos con carácter inmediato y sumarísimo a ser un carca recalcitrante.


El adoctrinamiento político acojona. Y la imposición de usos lingüísticos desde el poder se me parece muchísimo a la neolengua de 1984. Ya me imagino algún organismo “competente” de cultura imponiendo que “…and Justice for All” de Metallica incluya la traducción “…y justicia para todos y todas” que es como se titularía el disco de marras en neolengua. Los Metallica seguro que estarían honrados de colaborar con la igualdad de la mujer española. Pues mira, no estaría mal, pido que lo promueva la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía. Que saquen la reedición andaluza “…Justicia para todos y todas” y de paso se traen a Metallica al Estadio de la Cartuja. Yeah!








miércoles, 29 de febrero de 2012

Dawkins contra Williams (1)


Al parecer no ha sido apasionado, quedándose en las mansas aguas de lo que un profesor ha venido a considerar una afable conversación tomando el té. Y es que el tema pactado era elevado, los dos protagonistas relevantes y el foro notable. También pudiera antojarse anacrónico que un biólogo evolucionista y el mismísimo Arzobispo de Canterbury hayan mantenido un debate sobre la naturaleza de los seres humanos y la cuestión acerca de su verdadero origen en la facultad de teología de la Universidad de Oxford.

La discusión sobre la teoría darwiniana de la evolución en la Universidad de Oxford resulta tener sus orígenes en 1860 y sin embargo el debate al que me refiero ha tenido lugar muy recientemente y ha sido televisado. El biólogo en cuestión es Richard Dawkins, conocido militante del ateísmo y del escepticismo. Algo que me resulta curioso por cierto, acaso peligroso, es la etiqueta de biólogo evolucionista, porque puede dar pie a pensar que la evolución es tan sólo una corriente de pensamiento o una escuela dentro de la biología, entendiendo que puedan existir biólogos no evolucionistas. Pero no seamos tan puntillosos y quedémonos sencillamente con el hecho de que el profesor Dawkins se ha centrado, dentro de la biología, en los procesos evolutivos de la vida.

Sinceramente, siendo un chavalín ya me era familiar la Teoría de la Evolución de Darwin, como para cualquier chaval que fuera al colegio, supongo, y si me hubieran preguntado hace unos años, hubiera dicho que probablemente el no reconocimiento de dicha teoría era muy residual, propio de minoritarias sectas. Sin embargo la discusión ha cobrado vigor en los últimos años, especialmente en EEUU. Pero Oxford no es EEUU, aunque existe una ciudad homónima en Mississippi, con excelente nivel educativo por cierto. De modo que los que esperaban leña se han quedado con un palito entre los dientes y cara de haba. En realidad la postura del Arzobispo no ha sido tan apasionada como algunos desearían, llegando a elogiar los escritos del autor de El Gen Egoista, mientras que Dawkins, por poner un ejemplo, ha admitido ser un “anglicano cultural”, que no es poco para alguien que da conferencias por el mundo sobre la inutilidad, a la luz de la ciencia, de considerar la existencia de lo divino.

Uno agradece que la sangre no llegue al río, especialmente por parte de alguien que porta un crucifijo y tiene una posición influyente dentro de la religión. Ciertamente el Arzobispo, Rowan Williams, al que el moderador se dirigía como Dr. Williams, con su voz grave y cejas diablescas impone lo suyo.

El moderador, Anthony Kenny, un filósofo agnóstico comenzó, tras las presentaciones, sentando tres sencillos puntos sobre los que los tres habían de estar de acuerdo. A saber, que creen en la “verdad objetiva”, la lógica y la ciencia. A lo primero apostilló, jocosamente, que esa verdad objetiva no sería simplemente un constructo ideológico que tiene como finalidad mantener abajo a las clases bajas.

De momento dejo estos apuntes sobre un debate que, por supuesto, dio para muchísimo más.

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