De entre los grandes grupos de todos los tiempos, uno de los que ha sufrido más dificultades internas es Pink Floyd. No he sido un admirador del grupo con vocación mitómana, más bien caí atrapado en su estética musical muy jovencito de forma natural, y me encanta seguir circulando por su discografía. Durante su larga trayectoria han pasado por distintas etapas. La primera, fuertemente marcada por la personalidad de Syd Barret, dejó una marca indeleble en la historia del rock. Años después, cuando Barret se quedó fuera del mundo, vendría la era Waters y posteriormente el liderazgo absoluto de Gilmour, tras perder Waters la batalla legal por el nombre del grupo. Tras hacer Waters su propio The Wall en solitario, cosa a la que tenía todo el derecho, anda ahora haciendo su propio Dark Side of the Moon en concierto. Gran oportunidad. Lamento no poder ir a ver el concierto, porque tanto me da Gilmour y Nick Mason como Roger Waters, al fin y al cabo lo importante es la experiencia de la música. Como se lleven entre ellos me la trae al fresco.
Con la perspectiva de las décadas es fácil para la crítica y los fans hacer un seguimiento de los puntos álgidos y las simas en la trayectoria de un grupo como Pink Floyd. Dark Side of the Moon, está erigido en una de las mayores cimas musicales de las últimas muchas décadas, y no faltan razones para ello, empezando (o terminando) por la prodigiosa producción de Alan Parsons. Es uno de los discos que más se siguen vendiendo a lo largo de las décadas. Por cierto que estoy loco por hacerme de un giradiscos nuevo para escuchar el vinilo (que conservo en muy buen estado). A veces uno se mueve por géneros, otras por grupos. Hay grupos o solistas con los que uno se siente satisfecho con tener lo que la crítica ha sancionado como lo mejor, grupos de “greatest hits”, hay otros con los que deseas investigar hasta el disco más endeble, y probablemente todos tienen su punto. Roger Waters ha defenestrado con insistencia los trabajos posteriores a su separación del grupo. En una reciente entrevista para El País ataca especialmente The Division Bell. Las comparaciones son odiosas, dicen, y personalmente disfruto mucho ese disco por su estética sonora. Aunque no esté cerca de los grandes discos en el Olimpo de los dioses musicales, sí que lo está en mi discoteca con respecto a los demás discos del grupo, y lo disfruto tanto o más que otros, porque la música que contiene es enormemente amable, y eso también es un valor, junto con la innovación o la audacia compositiva que podemos encontrar en otras obras. Obras menores entre grandes hitos. Me ocurre algo parecido con Yes o con Camel. Cuando me hice con el Stationary Traveller de Camel me sentí defraudado en un primer momento. Obviamente era otra época, otro sonido y otra manera de hacer música diferente a Moonmadness o The Snow Goose, pero no me han faltado momentos en los que he decidido escuchar ese disco y le he sacado jugo. Camel es por cierto un grupo que siguió existiendo como tal por el compromiso de Andy Latimer con la continuación del proyecto, ya más personal que de grupo. Quizás se parece un poco a lo de David Gilmour, claro que Latimer vendió su casa para continuar con Camel y Gilmour se ha podido comprar unas cuantas con las ventas de sus menores A Momentary Lapse of Reason o The Division Bell. Otros ejemplos los tengo en algunos discos de Al di Meola , Yes, Mike Oldfield o Joe Satriani, que no muestran unas expresiones que quizás no sean más que prejuicios que se tienen sobre lo que ha de ofrecer tal o cual músico. Obra menor por cierto se puede considerar Radio K.A.O.S. de Roger Waters, disco al que le tengo tanto cariño como a su odiado The Division Bell.
Con la perspectiva de las décadas es fácil para la crítica y los fans hacer un seguimiento de los puntos álgidos y las simas en la trayectoria de un grupo como Pink Floyd. Dark Side of the Moon, está erigido en una de las mayores cimas musicales de las últimas muchas décadas, y no faltan razones para ello, empezando (o terminando) por la prodigiosa producción de Alan Parsons. Es uno de los discos que más se siguen vendiendo a lo largo de las décadas. Por cierto que estoy loco por hacerme de un giradiscos nuevo para escuchar el vinilo (que conservo en muy buen estado). A veces uno se mueve por géneros, otras por grupos. Hay grupos o solistas con los que uno se siente satisfecho con tener lo que la crítica ha sancionado como lo mejor, grupos de “greatest hits”, hay otros con los que deseas investigar hasta el disco más endeble, y probablemente todos tienen su punto. Roger Waters ha defenestrado con insistencia los trabajos posteriores a su separación del grupo. En una reciente entrevista para El País ataca especialmente The Division Bell. Las comparaciones son odiosas, dicen, y personalmente disfruto mucho ese disco por su estética sonora. Aunque no esté cerca de los grandes discos en el Olimpo de los dioses musicales, sí que lo está en mi discoteca con respecto a los demás discos del grupo, y lo disfruto tanto o más que otros, porque la música que contiene es enormemente amable, y eso también es un valor, junto con la innovación o la audacia compositiva que podemos encontrar en otras obras. Obras menores entre grandes hitos. Me ocurre algo parecido con Yes o con Camel. Cuando me hice con el Stationary Traveller de Camel me sentí defraudado en un primer momento. Obviamente era otra época, otro sonido y otra manera de hacer música diferente a Moonmadness o The Snow Goose, pero no me han faltado momentos en los que he decidido escuchar ese disco y le he sacado jugo. Camel es por cierto un grupo que siguió existiendo como tal por el compromiso de Andy Latimer con la continuación del proyecto, ya más personal que de grupo. Quizás se parece un poco a lo de David Gilmour, claro que Latimer vendió su casa para continuar con Camel y Gilmour se ha podido comprar unas cuantas con las ventas de sus menores A Momentary Lapse of Reason o The Division Bell. Otros ejemplos los tengo en algunos discos de Al di Meola , Yes, Mike Oldfield o Joe Satriani, que no muestran unas expresiones que quizás no sean más que prejuicios que se tienen sobre lo que ha de ofrecer tal o cual músico. Obra menor por cierto se puede considerar Radio K.A.O.S. de Roger Waters, disco al que le tengo tanto cariño como a su odiado The Division Bell.
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