Una vez vi a un hombre normal dentro de un coche normal con un equipo de sonido normal, a una hora normal, escuchando a los Beatles con el volumen bien alto. Se me antojó que había en él una cierta reivindicación. Probable hiperinterpretación mía, no dejaba de ser un contraste con respecto a los vehículos de llantas imposibles, neumáticos de perfil bajísimo, colores inexplicables y subwoofers dignos de una sala de conciertos.
En cierta ocasión, un conocido comentaba que andaba pensando montar una mesa de camilla, con sus cartas y su botella de pongamos chinchón, justo en el lugar donde varios cientos de jóvenes solían hacer su "botellón" escoltados por la policía. Llegó a tal punto cuando no pudo acceder a una calle con su coche y un policía le explicó: "es que están los chicos bebiendo".
El buen gusto y el mal gusto son cosas, aparte de difíciles de objetivar, de lo más íntimo. Por eso tenemos más o menos la oportunidad de elegir. Pero los botellódromos en plena vía y los subwoofers excitados por prodigiosas etapas de potencia no los elegimos, se nos imponen. A todo esto confieso que me encanta beber en las fiestas y que adoro los graves con buena potencia. ¿Me hago mayor? O aún peor, ¿un jodido reaccionario?
No hay comentarios:
Publicar un comentario