En lo que fuera el precioso pabellón de Marruecos de la Expo 92 y organizada por la Fundación Tres Culturas, asistí ayer a una mesa redonda (El Mar y sus Viajeros: De Homero a Simbad) a cargo de Manuel Vicent y Jordi Esteva. Uno de los argumentos centrales en la charla de Vicent fue la idea de que el Mediterráneo es una zona donde las convulsiones (el caos en sus palabras) han servido de estímulo para el avance del pensamiento y las civilizaciones. Contrastó Manuel este hecho con la sociedad teutona, donde el desarrollo viene dado por unos esquemas de pensamiento previos que funcionan en tanto el entorno no asuma variables no previstas, entonces se desestabiliza todo el sistema. Por el contrario, el Mediterráneo como entorno de desarrollo de culturas ha ido construyéndose a base de coyunturas que han hecho del nexo de todas ellas, el ponto que las unía , un mar vinario, entintado desde las luchas por el codiciado paso por Troya hacia el Mar Negro. Ulises, durante su largo y azaroso retorno a Ítaca llega a salir del ponto mediterráneo por el Estrecho de Gibraltar, saliendo a la nada atlántica, un nirvana vacío, o un averno del que regresa a manera de resucitación. Recientemente me decía una amiga argentina que solía entender “de Argentina a Estambul”, versión apócrifa de la canción de Serrat. Quizás en algún momento doblar el Cabo de Hornos fue la proyección o extensión de la salida de Odiseo por el Cabo de Trafalgar.
No dejó de referirse Vicent al vertedero que es actualmente el Mar Mediterráneo, donde los monstruos y leviatanes que acechaban a Ulises deben andar asqueados refugiándose en alguna fosa abisal, y los descendientes de los delfines del palacio de Cnosos buscando por el Estrecho algún paso libre de vertidos.
1 comentario:
Con lo que me gustan a mi los delfines...
Besitos
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