viernes, 18 de julio de 2008

Polvo eres...


Observando mi mesa escritorio bajo una oblicua luz me doy cuenta de que pese a haber limpiado con el multiusos y la bayeta, el polvo se asienta en multitud de rincones y objetos. Ahora entiendo un poco mejor la cruzada que mantenían las mujeres de mi entorno familiar contra el polvo cuando era niño. Ahora tengo incluso una especie de moderno plumero “atrapapolvo” exclusivo para el portátil, sí sí, lo llevo en la funda (solo el recambio, sin el mango). Muchas veces nos hemos preguntado el porqué o el para qué de gérmenes, bichos y demás. Pero, ¿y el polvo? ¿Por qué demonios la materia tiene la manía de hacerse minúscula y flotar hasta depositarse sobre todo aquello que no esté bien (en)cerradito? Y lo peor es cuando te pones a pensar que todo ese polvo lo respiras antes de depositarse. Puf, para sacarle a uno esa vena hipocondríaca que siempre ha negado tener. Y eso que puede tener hasta su estética, como cuando al atardecer los rayos de sol hacen visible una barbaridad de partículas en suspensión flotando apaciblemente en tu habitación (claro que esto solo es posible si tienes una ventana orientada al oeste). Confieso que en la educación católica que recibí (sin solicitarla, como todo el mundo) me impresionaba mucho eso de “polvo eres y en polvo te convertirás”, que por otra parte es de los conceptos ligados a la religión que más analogía tiene con la realidad del universo que conocemos. Pero el polvo que más me ha impresionado desde pequeño se ve pero no es palpable, aunque lo parece. Está sobre un ánfora en un tenebroso cuadro del pintor Juan Cárceles.

miércoles, 16 de julio de 2008

Insomnia recalcitrante


Las cinco de la mañana y no puedo dormir. Mea culpa.


(Tan acostumbrado a una vida desordenada que el calor acrecienta tanto como mi circunstancia). Elijo un libro ya leido de los que están a mano en la mesa tras mi cabecera y no me concentro. Escucho Palingenesis, el disco del guitarrista callejero londinense. Me vienen recuerdos efímeros a mi mente.

“Toma la guitarra, necesito ir a mear”. Me siento sobre su ampli a pilas, subo el potenciómetro, varios armónicos, unos arpegios, varios rasgueos, unos tappings que me salen fatal y varias monedas que suenan en el estuche de Paul. ¿Era el comienzo de mi incipiente carrera de músico callejero en Londres? No, no lo fue, pero lo pensé. No tenía amplificador con batería. No tenía otras cosas que hacen falta para ello.

O quizás me sobraban algunas.

Poesía seca y música húmeda como el techo sin pintar.

Las cinco de la mañana y no puedo dormir. Mea culpa.

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