sábado, 10 de marzo de 2012

A vueltas con los platos cuadrados


Apoltronado y sintiéndome un poco preso en el sillón, y luciendo un buen día, de buena gana me lanzaba a la calle a tomar unas cervezas y unas tapas en el primer bar de viejos de por aquí que se me ocurra. Bar de viejos, expresión que me recuerda mucho a librería de viejo, tan recurrente en el libro de Andrés Trapiello que ando leyendo. Autor que por cierto ofreció una charla sobre Chaves Nogales hace unos días en Sevilla a la que me disgustó bastante no poder asistir. Claro que la analogía entre ambas denominaciones es, cuando menos, tangencial.

Esto viene a colación del minidocumental titulado La muerte del bar español y la invasión de los platos cuadrados del que he sabido por un artículo de EL PAIS. No sé yo si existe tal cosa como el bar español, aunque alguno he visto yo con botellas etiquetadas con banderas preconstitucionales que probablemente eran muy españoles. Digo que no sé si existe tal cosa porque España es grande (con perdón) y varia. Al igual que los acentos, varían los usos, productos y nomenclatura. Lo cual hace probable que acontezcan anécdotas más o menos divertidas. No hace mucho cometí la ridiculez provinciana de pedir media tostada para desayunar en un bar de Madrid, donde el camarero me contestó que podía ponerme una tostada. Y es que por estas tierras de Andalucía occidental la tostada o es entera, o es media. Lo curioso es que el bar en cuestión no era una castiza tasca madrileña, sino un local de la cadena Los 100 Montaditos, que proviene de estas latitudes. Otra anécdota que conozco es la de un granaino que, también en Madrid, como si estuviera en el Albaicín pidió tan pancho "una Puleva y una maritoñi." Y la verdad es que siempre he hablado bien de los bares de Madrid. Hace ya bastantes años que me llamó mucho la atención cómo al entrar en una tasca abarrotada el camarero, muy atento, se dirigía a nosotros, varias filas de clientes mediante, con un “¿qué van a tomar los señores?”, de allí ya no nos escapábamos. También, en cierta ocasión hice un fugaz viaje a Madrid con mi amigo Jose Luís para asistir a un concierto, y como quiera que el horario lo tenía trastocado me dieron las 5 de la tarde sin almorzar, pero llegados a un bar tan normal y corriente como cualquiera, sin mayor problema me sirvieron un par de huevos fritos con chorizo que me pusieron las pilas hasta que Gene Simmons y compañía dieron su inolvidable show.

En el mencionado corto se hace un retrato de lo que es un bar español, donde se sirve el tan común pincho de tortilla. Creo que era yo ya mayorcito cuando oí por primera vez lo de pincho de tortilla, porque aquí los pinchos son de pollo adobado y la tortilla se pide como tapa. Lo cual me hace pensar que a lo que ese buen hombre llama un bar español quizás sea en realidad un bar madrileño, porque tan provinciano como mi media tostada y la maritoñi del otro puede resultar rarito lo del pincho de tortilla por otros lares alejados de la capital.

No se trata aquí de posicionarse porque a mí me va la variedad en muchas cosas, y si se trata de degustar, tanto me puede apetecer lo más tradicional como lo más cool. Pero también mucho de lo que hay en medio y alrededor, que parece a veces que todo es blanco o negro, cuando maneras de cocinar y de hacer hostelería hay muchas, y probablemente la mayoría no sean ni exactamente tradicionales ni deliberadamente a la última. Cuando estuve en Madrid el pasado diciembre con mi amigo Jesús, nos tomamos unas cañas en un local absolutamente tradicional, y muy bien que estuvo. Por otra parte, que en cierto momento lo vintage pueda ser precisamente lo cool, o sea, que lo cutre sea guay, obviamente ocurre. Pero esto no creo que sea nuevo, lo tradicional siempre ha sido un recurso, del mismo modo que el ancho de los pantalones va y viene con las décadas. Pero aún sin pretender posicionarme, hay muchos bares de los de siempre que me provocan una profunda sensación de tristeza, esos donde el mobiliario de hostería industrial, la luz blanca de neón y el sonido de las tragaperras son elementos sempiternos que hacen a veces difícil distinguir a uno de otro. Si eso es lo de toda la vida, qué mala vida.

Arremeter contra los platos cuadrados parece haberse convertido ya en un tópico que me recuerda a algo sobre lo que escribí aquí hace algún tiempo, unas pocas entradas atrás. A estas alturas lo que se me ocurre es que algunos bares de toda la vida deberían ser menos deprimentes y algunos modernitos menos mojigatos.

Ya me gustaría salir de bares a comprobar por mí mismo si la crisis está afectando más a los establecimientos tradicionales o los superchulis, pero mi pierna enyesada es un lastre que limita mucho mi campo de acción, espero con anhelo hacerlo apenas llegue la vivificante primavera.

http://ccaa.elpais.com/ccaa/2012/03/09/madrid/1331318112_611899.html

jueves, 8 de marzo de 2012

Justicia para todos y todas



Andaba yo por la EGB cuando una tarde un profesor hizo una referencia en plural femenino para referirse al conjunto de los alumnos más él mismo. Los alumnos, que éramos niños y niñas, quedamos, quien más quien menos, sorprendidos y contrariados. Probablemente las chicas quedaron sorprendidas y los chicos quedamos contrariados, porque estar en un colegio mixto estaba muy bien, pero eso de que de repente todos fuésemos "nosotras" era demasiado. Que nadie se alarme, que el objetivo de aquel profesor no era despertar en los alumnos varones ninguna inquietud transexual. Fue como mucho un guiño feminista no exento de símpatía, un pequeño chiste por parte de un profesor conocido por haber sido anteriormente payaso, no de los que exponen en público su ignorancia, sino de los que hacen reír a los niños.


Que se haya tachado de “aberración” la reciente publicación del académico Ignacio Bosque me parece exagerado, sospechoso y hasta peligroso. En dicho texto se llama la atención sobre los excesos lingüísticos que promulgan ciertas guías en pro del uso no sexista de la lengua. Y es que hay que flipar, pero mucho, con algunas propuestas para “visibilizar” a la mujer en el idioma. A mí me solía rechinar cuando oía en boca de una chica la expresión idiomática “estoy hasta los cojones”, no por lo soez, sobre lo que no voy a entrar ahora, sino por la testosterona, proponiéndoles yo, con cierta candidez, “estoy hasta los ovarios”. Nunca tuve éxito, porque este es un ejemplo de lexicalización de una expresión donde la hablante no se identifica en absoluto con los formantes de la oración, sino con su sentido de estar harta. Como dice Soledad Puértolas, “hay un dinamismo en el propio lenguaje, que nos hace ver el lenguaje no pegado a como se produjo desde el primer momento”. Es decir, el hecho de que el primero que dijo esa expresión fue probablemente un hombre se la refanfinfla a la que está hasta los cojones.


La lengua es un código de comunicación para dar cuenta del mundo, no es el mundo. Esto es algo que desconocen absolutamente el gran elenco de soplapollas y meapilas que se creen capacitados para adoctrinar lingüísticamente a la población y hasta promulgar leyes en pro de una supuesta igualdad de la mujer. Pero visibilizar no implica necesariamente reforzar la igualdad. En muchas ocasiones, lo que se consigue es justo lo contrario. Y es que si hemos de decir, por poner un ejemplo, que la justicia ha de ser igual para todos y todas, lo que estamos haciendo precisamente no es igualar, sino dividir, separar por un lado al conjunto de los hombres y por otro al de las mujeres, justamente lo contrario que se pretende expresar diciendo símplemente para todos, porque el referente es el conjunto de la población, hombres y mujeres. Del mismo modo, un “Colegio oficial de abogados y abogadas” implicaría que un abogado es una cosa y una abogada es otra, que si se es abogado no es lo mismo ser hombre o mujer. Muy igualitario. A mi juicio, lo que es justamente más igualitario es usar la forma masculina, que no implica falo, como término no marcado.


Manda cojones –ya me salió el gonadismo falocrático− que uno que desde jovencito se ha sentido y se sigue sintiendo más bien progre pueda ser tachado de machista o algo peor por algún o alguna iluminado o iluminada −¿me ha salido bien?− por hablar, como dice Ignacio Bosque, comúnmente. Parece ser que el sentido común sigue siendo el menos común de los sentidos porque aquí vamos a estar todos, no sé si todas, acojonados no vaya a ser que metamos el patón y pasemos con carácter inmediato y sumarísimo a ser un carca recalcitrante.


El adoctrinamiento político acojona. Y la imposición de usos lingüísticos desde el poder se me parece muchísimo a la neolengua de 1984. Ya me imagino algún organismo “competente” de cultura imponiendo que “…and Justice for All” de Metallica incluya la traducción “…y justicia para todos y todas” que es como se titularía el disco de marras en neolengua. Los Metallica seguro que estarían honrados de colaborar con la igualdad de la mujer española. Pues mira, no estaría mal, pido que lo promueva la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía. Que saquen la reedición andaluza “…Justicia para todos y todas” y de paso se traen a Metallica al Estadio de la Cartuja. Yeah!








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