miércoles, 15 de agosto de 2007

Buscaba el poeta la palabra recóndita
y se ahogaba en el vino trágico,
tan lleno de sí mismo, que regalando
poemas llamaba al mundo callado.
La negación agradece que fuera su
lacayo fiel, al servicio del dios Dolor,
maldito invitado al festín del Olimpo
que roba las llaves de la torre de marfil,
espuma de mar que se hace ocre
con el paso del tiempo.

Afirmaba el no, el poeta muerto de vida,
entre la mañana de objetos desconocidos
por la locura cegadora, y los transeúntes,
distraídos por el nuevo día, se apresuraban
a rebuscar entre las calles su propia razón,
aquella que el poeta no quería necesitar.

Y la locura se tornó llanto de muerte propia,
llegando a llanto de madre, cuando ya la tarde,
sucia y despiadada, golpeaba la ribera
del río amarillento cargado de miedo.

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