lunes, 14 de abril de 2008

El Restaurador de Costureros (2)

El viejo restaurador de costureros no parecía hablar con mucha gente, quizás solo se comunicara con sus gatos y ocasionalmente con el ambulante, también estaban los clientes claro, pero a decir de él mismo estos eran tan escasos que realmente no podía acordarse de cuando fue la última vez que vino alguien a su taller para hacer que le repararan un costurero. Por la expresión del viejo la visita de la niña era como un regalo del cielo. De repente dio un pequeño respingo.
-Ven hija, hay algo que me gustaría enseñarte.
Se dirigió al fondo de la habitación donde había una estrechez que continuaba en un oscuro pasillo. La chiquilla le siguió con los ojos muy abiertos. El pasillo resulto ser largo, muy largo para el tamaño del taller, estaba lleno de telarañas que apenas se podían ver bajo la tenue luz de unas lámparas como candelabros que había a lo largo del muro de piedra a lo largo del cual apenas se podían entrever algunas ilegibles inscripciones en sanguina. El pasillo hacía algunas curvas a izquierda y derecha, parecía que no tuviera fin, de hecho, el tiempo que anduvieron a lo largo del mismo se le antojó muy largo. El anciano jadeaba en su caminar, pero ambos iban callados. Ella sentía una mezcla de miedo y seguridad que no le dejaba pensar mucho, sin embargo, volverse atrás no se le pasaba por la cabeza en ningún momento, era como si se viera obligada a seguir a ese hombre, si tenía que salir de allí, solo sería siguiendo adelante. Al cabo, en un un lateral había una puerta con un picaporte dorado en forma de un extraño animal alado que la chiquilla no pudo reconocer, el viejo lo accionó y abrió la pesada puerta con dificultad a la vez que ésta chirriaba misteriosamente. Al punto, la niña notó una corriente de aire frio que le hizo apretar la cara y contraer su pequeño cuerpo. Se podía sentir una gran humedad. Inmediatamente busco curiosa con la mirada al otro lado de la puerta, pero no pudo ver nada en ese instante porque estaba muy oscuro. El anciano entró y se perdió entre la oscuridad y al poco la enorme estancia se iluminó con un bonito color azulado, era circular y parecía una gran cueva dentro de una montaña.
El lugar estaba inundado por un cierto olor de frutas que la pequeña no identificaba concretamente. Había muchos objetos extraños, casi todos de metal plateado y vidrio de diferentes colores, algunos eran recipientes alargados como tubos de ensayo y alambiques, aunque no parecía que contuvieran líquido alguno y tampoco emanaban ningún vapor que se pudiera ver. En el centro de la estancia se encontraba una gran mesa redonda de grueso cristal, tenía un gigantesco pie central y emitía destellos de multitud de colores. Los ojos de la pequeña, muy abiertos, fijaron la mirada en esa mesa que parecía atraerla como la tierra a la luna y empezó a caminar muy despacio alrededor de ella, maravillada por los destellos de colores. El anciano reparador de costureros caminó pesadamente hacia la pared de la estancia, justo donde había una larga soga bien gruesa que colgaba del techo y terminaba en un borlón del que tiró lentamente no sin esfuerzo. Al punto se escucharon unos sonidos que recordaban una fanfarria de trompas lejanas. Entonces un haz de luz blanca descendió desde el centro del techo, lo hizo tan lentamente que a los perplejos ojos de la niña no parecía luz sino algo más material. Así, muy suavemente, cuando la luz hubo alcanzado el centro de la mesa de cristal, muchas ondas concéntricas de luz azulada recorrieron la superficie redonda hasta el borde de la mesa durante varios segundos, haciendo que pareciera de agua. Luego, la luz que tan misteriosamente había descendido desde el techo desapareció, pero la mesa pareció quedar como electrificada y emitía un zumbido grave y constante.
-Pero... ¿qué es esto? dijo la chiquilla con voz temblorosa.
-Mm, lo cierto es que no estoy muy seguro, nunca he podido encontrar el libro de instrucciones, solo tengo un papel en el que está escrito

Solo se ha de tocar con el corazón, solo se ha de mirar a través de uno mismo.

Apareció en el taller un día junto a un dibujo de esta mesa de cristal dentro de un sobre sin sello. Hace muchos años descubrí que aquella cuerda acciona el sistema, pero nunca ha ocurrido nada más de lo que estás viendo.
-Es muy raro, -dijo la pequeña- pero tiene que servir para algo. -La niña se puso a observar la superficie azul. -¿Se puede tocar? -preguntó.
-¿Por qué no pruebas?
-¿Tú nunca lo has intentado?
- Sí, pero nunca ocurre nada, la toco y espero, miro una y otra vez y solo veo esa luz azul. Creo que no sirve para nada en especial, simplemente es bonita de observar.
La niña acercó las palmas de sus manos a la mesa de cristal y se quedó así dudando hasta que dijo, - "¡Vamos allá!" - Entonces el color azul fue desapareciendo y sintió como si recibiera un suave masaje por todo su cuerpo. Ocupando toda la superficie de la mesa apareció la imagen de una isla vista desde muy alto, estaba rodeada de un mar de color verde esmeralda y la cubría una espesa vegetación. La imagen se iba acercando, como si la chiquilla descendiera hacia la isla. Cuando la visión ya no permitía ver el mar, bajo los árboles, la niña no veía más que una espesa selva a su alrededor. Sin saber cómo sintió que estaba girando sobre sí misma mientras descendía hasta que sus pies tocaron suelo suavemente. Se dio cuenta de que efectivamente estaba en una misteriosa selva, rodeada de plantas y un riachuelo de agua clara corría junto a ella. Escudriñó con su mirada bajo la superficie y descubrió multitud de peces de colores que nadaban tranquilamente. Pensó que sería estupendo zambullirse y bucear entre ellos, aunque el agua debía estar muy fría. No le dio tiempo a pensar más cuando se encontraba braceando suavemente bajo el agua, no sentía frío, tampoco sentía sus ropas, todo era muy agradable, no sentía agitación ni miedo, ni siquiera estaba sorprendida, todo era de lo más normal, incluso el hecho de que un pececillo de color rojo le hablara y le presentara a otros habitantes del agua. Era como un cicerone muy especial que le hubiera estado esperando para enseñarle su mundo. Algunos de los animales del río eran muy amables y parecían alegrarse de la visita de aquella extraña, otros le decían - "creías que éramos tontos, ¿verdad?". - Algunos simplemente ignoraban la presencia de aquella pequeña humana que disfrutaba la experiencia con una alegría infinita. Vio como los peces aleteaban con gran fuerza de vez en cuando y salían disparados hacia arriba para desaparecer fuera del agua por unos instantes y regresar al líquido elemento en una perfecta y elegante zambullida. El pez rojo que hacía de guía dijo - "es nuestra cuarta dimensión, si quieres viajar por el espacio y el tiempo solo tienes que saltar hacia arriba." - Y qué ocurre entonces - preguntó la chiquilla. - "Descubres cosas" - dijo el pez.

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