jueves, 17 de abril de 2008

El Restaurador de Costureros (y 3)

La pequeña no se lo pensó dos veces, agitó las piernas con todas sus fuerzas y salió disparada hacia la superficie. Al salir del agua trató de mirar a su alrededor, y le gustó tanto la sensación de estar así en el aire que se quedó flotando y observando los pájaros que revoloteaban y cantaban en torno a ella, le pareció ver que uno de color violeta le guiñaba un ojo. -Ya visitaré a los peces más tarde- se dijo convencida. Así estuvo durante un tiempo indefinido, dejándose mecer por el viento, elevándose por encima de montañas nevadas; ahora descendía rauda y sonriente, ahora hacía un vuelo raso saludando a los animales terrestres. Luego pensó en el mar esmeralda que había visto y corrió por entre la maleza sin apenas jadear, era muy veloz, más de lo que nunca pudiera haber pensado que era. Así, tras cruzar una zona de palmeras se encontró con una hermosa playa de arena clara. Se detuvo un momento y se dejó acariciar el rostro por la brisa marina. Pensó que era un verdadero milagro que estuviera allí, en un lugar tan salvaje y a la vez se sintiera como protegida por la propia naturaleza. Ya no sentía que todo fuera simplemente normal y agradable, ahora estallaba de júbilo y se sorprendía de sí misma y de lo que le rodeaba y las sensaciones que esto le transmitía. Este mundo no parecía ser diferente del que conocía, pero lo experienciaba como nunca antes lo había hecho. No cabía duda de que era la Tierra, su planeta; todos los animales y plantas, todos los accidentes geográficos, todos los elementos que llegaban a ella eran perfectamente normales, como los que había visto en innumerables ocasiones en los libros del colegio, en revistas, en los documentales de televisión. Sin embargo, en estos momentos se sentía partícipe de todo ello y se asombraba de pertenecer a un mundo tan variado y sorprendente. De repente pensó que no era muy normal que los peces le hubieran hablado, que había estado como dormida mientras aceptaba tranquilamente que tal cosa ocurriera y no se había detenido siquiera a asombrarse de ello. Luego trató de convencerse de que si los peces hablaban no era como para echarse las manos a la cabeza, al fin y al cabo ella hablaba y nadie ponía el grito en el cielo por ello, sería cuestión de aceptarlo como algo natural y seguir sorprendiéndose por un sinfín de cosas que están en un mundo que comparten con nosotros. Todos estos pensamientos se fundieron a la vez en su cabeza, no podía discernir claramente las diferentes ideas que le rondaban y que iban y venían tan rápidamente.

Un resplandor muy brillante y cegador le daba en la cara. Cuando pudo ver algo, allí estaba la ventana de su cuarto, abierta de par en par y con la cortina moviéndose sinuosamente con la brisa de la mañana y los rayos de sol entrando a borbotones, inundando su habitación de luz. Sintió frío en los pies, que se le habían salido del cobertor, y calor en la cara, iluminada por el sol. Julia sintió como una desazón en su interior, ¿Dónde estaban los peces y los pájaros? ¿Qué había sido de su isla? ¿Y el viejecito que reparaba costureros? ¿Y el esperado baño en el océano? No había podido pasar de la playa, las olas del mar no habían llegado a rozar sus pies. Sintiéndose muy desgraciada se levantó de la cama y se acercó a la ventana. Miró hacia el sol, aun no muy alto sobre el horizonte; estaba enfadada con él, pues le había despertado. Estuvo así unos minutos hasta que una tímida sonrisa se dibujó en su cara. - "Es un bonito amanecer" - pensó, y aún más se dijo - "¿No es alucinante que el sol salga todas las mañanas? Bueno, te perdono sol, me pareces misterioso y bueno, ¿cómo lo haces?"
La puerta de su habitación se abrió y allí estaba su madre. - Julia, cielo, ¿sabes qué hora es? Venga arriba perezosa, que ya está el desayuno en la mesa de la cocina.
Julia se puso su batín, fue al baño, se lavó la cara y bajó las escaleras para ir a desayunar.
- Tienes que darle de comer a tu pececito, después de que te lo han regalado los titos, no querrás que se muera de hambre el pobrecito, ¿no?
Julia se acercó a la pecera, que estaba encima de una moderna mesa redonda de diseño fabricada en metacrilato. Se agachó para coger el bote de comida para peces, pero éste no se encontraba en su sitio sobre el entrepaño de cristal. Entonces apareció la abuela con cara de pocos amigos, una anciana con la cintura muy ancha que caminaba y hablaba mientras miraba hacia lo que traía entre las manos.
- ¿Quién ha puesto esta porquería aquí?
- ¿Qué ocurre? -gritó la madre de Julia.
- Este bote que está en mi costurero, ¡huele fatal!
La madre de Julia se acercó y descubrió que dentro del viejo y raído costurero de su suegra se encontraba el bote de alimento para peces. - Abuela, - dijo acercándose al oído de la anciana - la pondría usted anoche en el costurero creyendo que era el bote donde pone los botones. Ya le he dicho que no se dedique a sus labores hasta tan tarde. Toma Julia, y no le eches demasiado se vaya a morir de empacho, dijo la madre de la pequeña mientras le daba el bote.
Julia abrió el bote y cogió dos pizcas de su contenido dejándolas caer sobre el agua de la pecera. El pez empezó a dar vueltas engullendo con avidez las migajas que se esparcían por el agua. Julia se quedó mirándolo con atención. Al poco rato el pez parecía haberse calmado y se quedó, sin apenas aletear, frente a Julia, parecía que estaba mirándole a los ojos. Entonces hizo un movimiento y se puso cabeza arriba, agitó rápidamente su aleta caudal y como un resorte salió disparado de la pecera dando varias volteretas en el aire para volver a caer en el agua y seguir nadando apaciblemente.
- ¡Vaya! ¿Conoces la cuarta dimensión? -dijo Julia.
- ¿Cómo dices? -respondió la madre que estaba de espaldas sacando la leche del frigorífico.
- Nada, que el pez ha estado descubriendo cosas.
- Claro Julia, ahora tiene un nuevo hogar y tiene que familiarizarse con él. Ahora cómete los cereales.

Julia no contó nada más de lo que sabía sobre costureros, luces azules, peces, pájaros y dimensiones, quizás algún día le dijera a su madre por qué a partir de entonces decidió tener a su pez junto a ella, en la mesilla de su habitación, quizás algún día olvidaría por qué algunos mayores saben tirar de la cuerda pero no saben mirar en la mesa de cristal.

1 comentario:

Marina Culubret Alsina dijo...

mientras leía, en algunos momentos he tenido la sensación de que era un sueño, y sin embargo, uno se deja llevar por la historia, como no queriendo despertar.

:-)

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